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DIARIO DE UN PORNÓCRATA
Sección Diario de un Pornocrata 27/03/2006

No voy a ponerme cursi con frases del tipo “hoy empiezo este diario en el que voy a contarte todo lo que siente mi corazón”, ni cosas por el estilo. En realidad, escribo con formato de diario porque me parece la forma más sencilla de mezclar un montón de cosas que ocurren al cabo de una semana y que, narradas en forma de artículo de opinión o como noticias cortas, tendrían la apariencia de un cajón de sastre

Querido diario:

No voy a ponerme cursi con frases del tipo “hoy empiezo este diario en el que voy a contarte todo lo que siente mi corazón”, ni cosas por el estilo. En realidad, escribo con formato de diario porque me parece la forma más sencilla de mezclar un montón de cosas que ocurren al cabo de una semana y que, narradas en forma de artículo de opinión o como noticias cortas, tendrían la apariencia de un cajón de sastre.

Esto no es un blog o, como debería decir según el diccionario de dudas del español, una bitácora o una ciber-bitácora. No lo es a la manera de esos blogs/bitácoras/ciber-bitácoras personales que publica la gente ociosa en la red con nombres rimbobantes como “el esplendor del rayo de sol cuando se filtra por los hielos de mi cubata”, o algo así. No lo es porque me acojo en el seno (debería decir en los senos) de Bibian Norai para instalar mi diario, que es como decir que me convierto en un “okupa” intelectual de su página web para poder hablar con libertad.

De todas formas, escribir un diario, a estas alturas de civilización, es algo ridículo. Así que lo hago de manera ordenada, con el ordenador como instrumento para canalizar mis opiniones. Porque el ordenador se ha convertido en un medio fundamental en mi vida. Me explico. Yo he sido onanista desde temprana edad, casi desde antes de tener uso de razón, si es que alguna vez lo he tenido. Antes de saber que el pene se hinchaba por impulsos incontrolables pidiendo guerra, ya me lo colocaba entre las piernas y me estiraba de manera hábil y retorcida para provocar unos segundos de placer, un orgasmo en miniatura que acabaría convirtiéndose en mayúsculo cuando descubrí que aquella cosa que me situaba entre las piernas, como un trozo de jamón en un bocadillo, crecía por iniciativa propia y expulsaba no ya un liquidillo caldoso, sino una sustancia parecida a la leche no desnatada. Cuando esto ocurrió, abandoné mis piernas como ayudantes del placer y di la bienvenida a la mano como elemento regulador de mis prácticas solitarias. Pero siempre (o casi siempre) hube de recurrir a un referente icónico, a causa de mi proverbial falta de imaginación, que fueron, por este orden, las fotos de famosas en Interviú, las películas de destape o de cine S, los pornos y, por fin, el ordenador.

Evidentemente no me la casco con páginas de información económica ni con el portal del Marca, sino con webs más o menos eróticas. Con el tiempo, he adquirido un extraño nivel de sofisticación o perversión que me arrastra a practicar el amor propio con dos ítems ciertamente particulares: las escenas de desnudo de actrices francesas (o de habla francófona) en películas y las fotos robadas en playas con chicas en pelotas. Ya sé que es una gilipollez, que cuando voy a la playa en verano y veo chicas en topless no me saco la chorra y empiezo a meneármela sin rubor, pero debe de ser el marco incomparable de estar cara a cara con mi ordenador, en solitario y en semioscuridad, lo que me hace disfrutar al sumergirme en ese mundo soleado y veraniego.

También reviso las páginas personales de las estrellas del porno. Pero no para mirar sus fotos o vídeos de desnudos, sino para enterarme de cosas, mirar lo que dice la gente en los foros o informarme de las últimas noticias sobre el sector. Me gusta mucho la de Bibian (en caso contrario, no estaría confesándome en su página), la de Alba Sanz (divertida como ella misma) y la de Max Cortés (tan natural como su personalidad). Pero, querido diario, te emplazo para la semana que viene, cuando te hablaré no sólo de las páginas personales que me gustan, sino de las que no me gustan. Y entonces sabrás lo que es bueno.

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